Dicen que había una vez un joven muchacho que quería ser grande en
esto del fútbol … Apuntaba cualidades, pero necesitaba de alguien que confiara
plenamente en él e hiciera una fuerte inversión en su persona para que los
sueños del muchacho se pudieran hacer realidad, llegar a ser una figura
contrastada de este deporte.
Un club de
prestigio decidió ser el cordón umbilical que alimentara con
ilusión y cariño el difícil camino a recorrer. La entidad que apostó por él
hizo la mayor inversión hasta el momento por una promesa por contrastar. En
ningún momento se escatimaron medidas, ni económicas ni humanas, para que el
afortunado joven muchacho alcanzara sus objetivos.
La mala suerte
hizo presencia en el devenir del proyecto. El muchacho alternó graves lesiones
con enfermedades físicas, lo que impedía que el horizonte esperanzador cada vez
estuviera más lejos. El club y una afición intachable siempre estuvo con él. La
entidad puso a su servicio las mejores alternativas para su recuperación, tanto
médicas como deportivas, y respetó severamente la soldada del joven muchacho a
lo largo de los malos tiempos. El calor de una de las mejores aficiones del
mundo alimentaba incondicionalmente la salud psíquica del muchacho para que no
cayera en el derrotismo propio de la situación ...
El club seguía sin
tregua apostando por su promesa, siempre esperanzado de que en algún lugar del
desierto siempre hay un pozo de agua fresca … como así fue ... El joven jugador
parecía que había recuperado la estabilidad propia para competir y fue cedido a
otro club para que pudiera demostrar el talento que se le suponía ...
La cesión fue un
éxito. El jugador explotó y se convirtió en uno de los mejores jugadores del
campeonato. Los malos tiempos habían pasado, ahora ya no dependía ni anímica, ni
económicamente del cordón umbilical que le estuvo manteniendo con ilusión a lo
largo de la impotencia y la incapacidad del tortuoso y turbulento camino hacia
la gloria. El jugador tenía suficiente caché y medios económicos por delante
como para poder olvidarse de la solidaridad de aquella grata gente que le
habían ayudado en los momentos más difíciles de su vida deportiva ...
Así que decidió convertir su éxito personal en una situación oportunista de carácter individual, dejando en el olvido ese cordón umbilical que sin él jamás hubiera conseguido sobrevivir en el fútbol, y mucho menos alcanzar la gloria. Decidió no compensar la gratitud recibida, que es lo mínimo que se exige para ser feliz y poseer un corazón grande, haciendo patente ese dicho popular de que ... "Es hijo de mal nacido ... el ser desagradecido".
1 comentario:
El que nace lechón muere cochino,de tos maneras,un abrazo.
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